domingo

“Yo lo que quiero es que mi hijo sea feliz”

  Es la frase que más me encuentro en mi consulta de psicología cuando hablo con padres o madres. Pero ¿realmente queremos que sean felices o queremos que hagan lo que creemos mejor para ellos? Los adultos también nos equivocamos y dirigimos la vida de nuestros hijos con la mejor intención. Aquí veremos cómo podemos ayudar a sentar las bases de esa felicidad en el seno familiar.

  Nos quejamos (muchas veces) de que no nos escuchan o de que no nos cuentan nada. Si nosotros aprendemos a escuchar, ellos tienen mucho que decir. Es más, si nosotros aprendemos a compartir nuestra vida con ellos, ellos compartirán la suya con nosotros. El ser humano es curioso por naturaleza y lo que los padres o profesores (los adultos de referencia para el niño) no contestemos, lo contestarán sus iguales, la televisión o la sociedad, dando muchas veces un mensaje equívoco, peligroso o diferente al que nosotros queremos dar. Lo mejor contra éste hecho es que nosotros empecemos dando las explicaciones que ellos nos piden, y hasta el punto que nos lo piden, y eso sólo sabremos cómo hacerlo si les escuchamos “de verdad”. No podemos pretender que nuestros hijos nos cuenten un problema porque han metido la pata, si lo primero que hacemos es reñirles ante un hecho que ellos ya saben que han hecho mal. Si yo le digo a mi hijo que puede contar conmigo, esto tiene que ser real. Podemos decirle que no nos gusta lo que ha pasado, que nos sentimos tristes o enfadados e incluso que o esperábamos que esto pasara, pero también hay que comunicarles que estamos con ellos, que no nos avergonzamos y que pueden contar con nosotros porque les queremos. Y decirlo de verdad. Estoy contigo y no hay error que cambie eso. Cuando esto se dice en momentos “buenos” solamente, cuando lo decimos pero no lo sentimos, no vale. Lo mejor que podemos hacer es escuchar el problemas, buscar la solución entre todo el núcleo familiar (no podemos dejara al padre o madre al margen del problema) y apoyarle en la decisión que tome, sintiéndonos orgullosos por tener un hijo valiente, que se enfrenta a los problemas y que ha sabido empezar el enfoque para la resolución de los mismos contando con quien debía contar (su familia). Cuando todo ya pase, y todos estemos tranquilos… Sentarnos a hablar de las razones que le han llevado a actuar como lo ha hecho y a equivocarse, no desde el sermón, sino desde la comprensión es una medida buenísima para que vuelvan a confiar en nosotros.

  Y sobre todo, practicar el perdón propio (huir del “qué hemos hecho mal” lastimero) y el perdón de quien se ha equivocado es la mejor cura para el alma. Lo errores sirven para que todos aprendamos y, en cierto modo, podemos estar contentos de equivocarnos… Si lo solucionamos bien, esto no volverá a pasar.

1 comentario:

  1. Hola. Quiero felicitarte por esta bitácora y -aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid- por tu excelente lectura en la presentación de la última novela de Carmelo Romero.
    Un saludo.

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